Destello de Renata Cuchiarelli

El silencio: en el cruce de la interpretación y la transferencia.

Pienso en el silencio como un motor de la interpretación: conservar algo que no se puede decir, un lugar donde se manifiesta un imposible.

¿Qué se puede leer en las presentaciones actuales en relación con el silencio? Es una pregunta que me interesa porque encuentro que los jóvenes hoy padecen respuestas sintomáticas silenciosas, silenciosas respecto de la existencia de un Otro, de la contabilidad de un Otro, constituyendo algo que frecuentemente angustia a los padres que consultan, buscando desorientados un modo de “entrar” en ellos. ¿Pero, de qué silencio se trataría? ¿Es un silencio del cuerpo, un silencio del inconsciente? ¿Es un silencio que muestra que lo simbólico ya no brota de lo real?

El silencio puede ser un velo, o se puede manifestar en lo mudo. Resulta esencial su distinción: contar o no con la estructura del lenguaje. De allí que contamos con silencios fuera y dentro del discurso. El silencio es parte de la palabra, marca su ritmo, su tono, algo de la enunciación; puede tener un efecto de suspensión, o puede ser también una barrera ética. Se podría decir que incluye una lógica del tiempo, un tiempo que sabemos es otro en el análisis, de apertura y de cierre del inconsciente, así como de la implicación de un registro distinto del cuerpo. En psicoanálisis, el silencio, ignora un saber que espera por ser dicho. En este sentido sería un silencio ligado a una posible simbolización, aunque también está el de algo nunca advenido, y que constituye un vacío estructural.

Cuando el silencio se encarna en el analista bajo transferencia puede convocar el decir, provocando la producción de saber, o puede funcionar como interpretación equívoca. En esta última perspectiva el silencio marcaría el límite: lo que no se puede decir ni escuchar pero si leer. Es aquí donde se encuentra lo distintivo de nuestra práctica, lo que puede escribirse. La apuesta por el analista lector hoy convoca a producir al parletre, en el borde entre una palabra silenciosa y un cuerpo hablante.

El silencio como una forma sintomática de los adolescentes en la actualidad quizás nos brinde una pulsación de la época que podamos ir leyendo, en el uno por uno, como contrapartida de la ebullición lenguajera y la violencia desatada. Se verifica en la práctica que un silencio “biendicho” puede vivificar un cuerpo.

Renata Cuchiarelli. Miembro de la ELP y de la AMP.

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