Destello de Chus Gómez

Un diagnóstico como un palíndromo

Lacan decía que la clínica es lo real imposible de soportar.

Recorte clínico a propósito de un caso complejo que me deriva un colega, como un veneno servido en bandeja con el gancho de la provocación narcisista: “te lo mando para ver qué te parece a ti… se lo he dicho a él y quiere ingresar ahí y que se pueda aclarar su diagnóstico”.

Enunciado que tuvo un efecto inicial en la dirección de la cura, con un empeño neurótico por mi parte, de intentar apresar en las redes del lenguaje, algo de lo inefable de K, que no era otra cosa que lo real en juego.

Su demanda de “un diagnóstico claro” que “exige” concluya si es o no un esquizofrénico, como le habían dicho a los 17 años, es feroz e incide en dos decisiones vitales para él en juego. Me exige un nombre a “eso” que padece…

Esquizofrénico, diagnóstico genérico de manual, no es el verdadero nombre de K.

Tardo un tiempo… bastante tiempo, hasta que puedo nombrar lo más singular con el significante “palíndromo”, que es además la marca de su nombre.  

Sujeto que va y viene a la locura y de la locura, a los ingresos y de los ingresos, del noviazgo a la ruptura… como en una montaña rusa a gran velocidad, en los episodios maníacos, y otras en pausa melancólica. Me pregunto: ¿Soy para él un punto un punto fijo al que asirse en todo este loco vaivén? ¿Le sirvo para orientarse? Eran algunas de las preguntas que surgían. 

En la transferencia su decir es claro: “Me siento tratado con el máximo respeto”, me dirá. Consigo dejar en suspenso la feroz demanda de diagnóstico para atender al sujeto y a su posición de goce, no a “un cuadro clínico”, lo que será no sin dificultades… Salir de lo general para poder nombrar lo singular de cada sujeto, fue siempre una enseñanza de Lacan en su presentaciones de enfermos, como el caso de la Srta. B. También en ese contexto se esperaba de Lacan un diagnóstico psiquiátrico, de lo que él no se escabulle, hasta concluir: “parafrenia imaginativa”; sin embargo, Lacan busca lo más singular del caso y lanza: “enferma del semblante, enfermedad de la mentalidad”, una enfermedad que no es seria dice, a la vez que toma muy en serio a la paciente. Algo semejante ocurre con Aimée que nombra lo incomparable más allá del diagnóstico de paranoia de autopunición.

Podemos decir que esta es la despatologización lacaniana, como lo fue antes la freudiana con el Hombre de las ratas, el caso Dora o el pequeño Hans… Casos que unen diagnóstico y nombre de goce; diagnóstico y despatologización van de la mano orientados por lo real, para aprehender lo singular en juego.

Esto no implica prescindir del uso orientador del diagnóstico, imprescindible para la dirección de la cura, y que es la función de las preliminares.  

Más allá de las idas y venidas de K, de su aspecto de obsesivo “clásico” cuando está estabilizado, lo que se pone en juego en el caso y a lo que obliga es a la docilidad necesaria que, como analistas con relación a lo real imposible de soportar, hemos de mantener, y la posición ética necesaria en relación al respeto hacia el sujeto psicótico y las maniobras que intenta para estabilizarse o lograr cierto apaciguamiento.

Fueron necesarias maniobras en el manejo de la transferencia selladas muchas veces con pactos para poder continuar: con o sin medicación, con o sin ingreso, establecidas para sostener una conversación desde un lugar de no-todo saber, y de “ayuda mutua”, que era el significante usado por K para sostener lo insostenible para él que es el amor y noviazgo con una mujer que literalmente lo enloquece.

“Ayuda mutua” fue el invento que le sostuvo fugazmente; condensaba “la relación” que decía “les convenía mantener…”

Fueron necesarias maniobras de la transferencia para alejarse de la serie del Otro malo, encarnado por la madre, para quién él era “una marioneta”.

La analista se ofrece para ser un partenaire del cual el sujeto se sirve para defenderse de la voluntad de goce del Otro malo que se impone, y con relación al cual se pierde.

El recurso a la religión que otrora había funcionado fracasa y no silencia las voces que le empujan al suicidio. Se instaura y se repite el fracaso en la creencia del Otro de la religión para defenderse de “la pérdida del sentimiento de la vida”, tampoco funciona creer en una mujer. Lo intenta… va y viene, viene y va, hasta el agotamiento… Delira con el “sacramento del matrimonio”, pero no da resultado.

La relación al Otro del lenguaje se presentifica en la ironía que sabemos es un sin Otro, donde el goce habla solo y con el que se denuncia que el discurso no es más que semblante como dice Miller en su texto “Ironía”.

Fue preciso sostener una conversación continua que acompañara al sujeto psicótico, ofreciéndome como un punto de apoyo, para como dice E. Laurent, dar chance al sujeto para nombrar mejor su goce, pues el pasaje al acto suicida es la peor forma de nombrarlo.

K es tenaz, no ceja en el empeño de engancharse al discurso religioso, en ser un hijo de Dios como cualquier mortal. Hasta los 25 años no era religioso, pero lo intenta como solución ante un encuentro con lo real de las voces que lo invaden.  

Nuevo intento fallido que no se sostiene, pues no le permite defenderse de lo real por lo simbólico, no evita que pierda constantemente “el sentimiento de la vida”.

¿Qué pasa con su cuerpo? En determinado momento dice “estoy suelto”; irrumpe la manía y su metonimia infinita multiplica la tentación suicida a la vez que surgen efectos en el cuerpo: barba, demacrado, delgado… ¿Qué se suelta/se desanuda en K? Surgen quejas, acusaciones y reproches por ser dejado caer: por mí, por el psiquiatra, por su madre que lo ha dejado caer al lugar de un objeto inerte, de “marioneta” … “hasta después de muerta pretendió manejarme…”.

Ubica a la analista en el lugar del máximo respeto, y así lo dice: Nunca se sintió así de respetado, “fue como si me quitaran el chupete”, ¿para que su voz fuera escuchada? A veces soy objeto de una exigencia feroz a través de su voz imperativa para que nombre su ser, aunque a la vez pueda ironizar sobre “la suspensión” del diagnóstico… que propongo.

K es un cuerpo aprisionado en el goce del Uno-solo en el silencio de la pulsión de muerte que no deja de empujar. Quizás podría decirse que, sin Otro y ante las continuas pérdidas del sentimiento de la vida, K se afirma en la enunciación “soy eso” ¿Una elección de ser de goce en detrimento de la existencia?

Las sesiones, apuntaladas por una poderosa transferencia, quizás pueden ser pensadas como momentos de escansión y pausa en la metonimia del goce mortífero que lo inunda, con un efecto de puntuación “despatologizante”.

Apostar a intentar extraer un nombre del océano del goce, que permita hacer un borde al cuerpo, e incidir sobre el desorden del sentimiento de la vida, es la apuesta; pero… sin ninguna… o con poca esperanza.  

Chus Gómez.Psiquiatra. Psicoanalista miembro ELP-AMP. Sede Vigo.  

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