Lectura après coup de un terror nocturno infantil desde el final de un análisis
En el análisis surgió un recuerdo olvidado de infancia. Un terror nocturno que azotó al sujeto entre los 5 y 7 años[1]. Despliego un poco más ese punto preciso. Ya estaba instalada entonces la respuesta sintomática de la huida, ese acontecimiento de cuerpo con un rasgo fóbico surgido ante la percusión del significante: “tú no sabes qué es el hambre” había proferido el abuelo amado con voz y mirada severa. En efecto, el agujero del saber quedó instalado, no sabía, ni del hambre que él había vivido, ni de los signos de muerte en su infancia. El cuerpo con la evocación de la muerte se empuja-hacia-atrás.
Mi terror nocturno incluía un partenaire feroz: era una fantasma, una mujer que salía cada noche de la habitación de mis padres y se aproximaba a mi cama. En análisis pude ubicar que pese al horror, la esperaba cada noche con las frazadas hasta la nariz para constatar su aproximación con la mirada y al momento final, a punto de alcanzarme, me cubría. Este goce invasivo en el cuerpo tenía signos precisos de este real: terror, temblor, agitación, insomnio, sudoración fría y la voz estaba amordazada. El día era un remanso, una pausa. No pedía ayuda, ni tampoco los padres estaban suficientemente concernidos para detectarlo a causa de sus propios embrollos. Era un modo también de cuidarlos desde una posición “seria”, la identificación precoz con el abuelo, ocupándome y cuidando de ellos. Entonces, no hablaba de eso con el otro, escapaba hacia adentro.
En el análisis se desplegaron varios hilos relacionados con este terror nocturno infantil. Primero, emergió un efecto witz: esta fantasma era una mujer hermosa ¿entonces qué había temido?, ¿miedo a algo deseado? Segundo, fue anudado en análisis que ese fue el período del primer enamoramiento loco e indecible por una profesora de escuela primaria. En esa serie se había instalado una solución con el Otro sexo: noli me tangere, amarlas desde lejos y dedicarse a escucharlas para domesticarlas y mantener el rechazo a lo femenino. Tercero, bajo transferencia ese miedo tenía un nombre: la sonrisa del analista trauma y eso pudo ser ubicado a causa que el análisis permite “dar un tiempo al sujeto de tener miedo”[2]. En efecto, el analista encarnó, con esa mueca de real, ese rasgo preciso del real de vida, refractario a la palabra, temido y odiado por el goce que producía, pero sostenido por el amor, que “se presenta como el velo de la angustia y de aquello que la angustia produce, es decir, el objeto que causa el deseo”[3]. Cuarto, la fantasma había sido entonces un modo de tratamiento que incluía un goce con una interacción de los objetos fantasmáticos escópico e invocante: mirar de lejos y silenciamiento de la voz.
Hacia el final de análisis, la nominación del sinthome Ouïr (oír en francés), indicó un nuevo lazo con el acontecimiento de cuerpo, que habilitó lo femenino e incluyendo sus restos: la huida (huir), la pulsión invocante (oír) y el Sí (Oui) al acto y a lo femenino en un hombre. Ello ha permitido un uso diverso de ese resto infantil, que antes daba, por vía del fantasma, consistencia al Otro. Sigo explorando en el Ultrapase ese resto en el cuerpo.
[1] A. Reinoso, Ouïr, Bitácora Lacaniana, N°8, septiembre 2019.
[2] A. Stevens, Conclusión a ¿Qué miedo encontramos en nuestro trabajo? En Jacques-Alain Miller y otros, Los miedos de los niños. Paidós, Buenos Aires 2017, p. 39.
[3] J.-A. Miller, L’angoscia. Introduzione al Seminario X di Jacques Lacan. Quolibet, Macerata 2006, p. 63.
Alejandro Reinoso
Analista de la Escuela AE (2018 – 2021)
Miembro de la NEL, SLP y AMP