“En segundo lugar, tiene que llamarnos la atención que la conciencia de culpa posea en buena parte la naturaleza de la angustia; sin reparos podemos describirla como «angustia de la conciencia moral». Ahora bien, la angustia apunta a fuentes inconcientes; y la psicología de las neurosis nos ha enseñado que si unas mociones de deseo caen bajo la represión, su libido es mudada en angustia. Además, recordemos que también en la conciencia de culpa hay algo desconocido {unbekannt} e inconciente, a saber, la motivación de la desestimación. A eso desconocido, no consabido, corresponde el carácter angustioso de la conciencia de culpa”.
Freud, S. (1913). Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos. Obras Completas. Vol.XIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores. P.74.
“Dentro de la trama del historial clínico de un varoncito de nueve años, nos refiere que a la edad de cuatro años padecía de una fobia al perro. «Cuando veía pasar un perro por la calle, echaba a llorar y gritaba: «¡Perro querido, no me agarres, me portaré bien!». Por «portarse bien» entendía «no tocar más el violin» (masturbarse)». (Wulff, 1912, pág. 15.) El mismo autor resume más adelante: «Su fobia al perro es en verdad la angustia frente al padre desplazada al perro, pues su rara manifestación: «¡Perro, me portaré bien!» —o sea, «no me masturbaré»—, en realidad se refiere al padre, quien le ha prohibido la masturbación». En una nota agrega algo que coincide por completo con mi experiencia y al mismo tiempo da testimonio de la riqueza de tales experiencias: «Yo creo que estas fobias (al caballo, el perro, los gatos, las gallinas y otros animales domésticos) son en la infancia por lo menos tan frecuentes como el pavor nocturnus, y en el análisis casi siempre se las puede desenmascarar como un desplazamiento de la angustia, desde uno de los progenitores al animal. No me atrevería a aseverar que la tan difundida fobia a los ratones y ratas tenga el mismo mecanismo». [Ibid., pág. 16.]
Hace poco publiqué el «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» (1909), cuyo material fue puesto a mi disposición por el padre del pequeño paciente. Era una angustia ante el caballo, a consecuencia de la cual el niño se rehusaba a andar por la calle. Exteriorizaba el temor de que el caballo entrara en la habitación y lo mordiera. Se averiguó que sería el castigo por su deseo de que el caballo se cayera (muriera). Después que mediante reaseguramientos se le quitó al muchacho la angustia ante el padre, le ocurrió batallar con deseos cuyo contenido era la ausencia (viaje, muerte) del padre. Según lo dejaba conocer de manera hipernítida, sentía al padre como un competidor en el favor de la madre, a quien se dirigían en oscuras vislumbres sus deseos sexuales en germen. Por tanto, se encontraba en aquella típica actitud del niño varón hacia sus progenitores que hemos designado «complejo de Edipo» y en la cual discernimos el complejo nuclear de las neurosis”.
Freud, S. (1913). Tótem y tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos. Obras Completas. Vol.XIII. Buenos Aires: Amorrortu Editores. P.131.