Seguir la pista de la angustia
-No soporto la televisión antes del desayuno.- La voz de Iran le llegó desde el dormitorio.
– Marca el 888- sugirió Rick mientras se calentaba el aparato. –El deseo de mirar la televisión, sin importar lo que pase a tu alrededor.
-Ahora mismo no me apetece seleccionar nada- dijo Iran.
-Entonces pon el 3.
-¡No puedo marcar un ajuste que estimula mi corteza cerebral para infundirme el deseo de modificar el ajuste¡. Si lo que quiero es no marcar, lo menos que querré es precisamente eso, porque entonces querría hacerlo, y querer marcar es ahora mismo la necesidad más ajena a mis deseos que puedo imaginar. Lo único que quiero es quedarme sentada en la cama, mirando el suelo. (Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? 1967)
Decía E. Laurent en su conferencia en el marco de las V Jornadas ELP [1] “…una palabra que nos puede engañar: es la palabra afecto. Porque podríamos dejarnos llevar a pensar el afecto en la tradición clásica, en oposición al intelecto, el sentimiento opuesto a la razón”. El cognitivismo emocional celebra las bodas del sentimiento y la razón, todos los afectos pueden pasar por la maquinaria significante y sólo se trata de expresarlos, incluso actuarlos, según las modalidades terapéuticas. La novela de Philip K. Dick presenta un mundo en el que cada uno puede programar sus emociones mediante el climatizador del ánimo. No parece sencillo.
La corriente actual arrastra a que se deben educar las emociones, y que debe aprenderse desde la primera infancia, con los famosos monstruos de colores (el color indica la emoción) colgados de las paredes. Hace unos días, supe de un niño de 4 años que ante la indicación de representar en clase la tristeza, dijo “no” y se sentó.
En esta Conversación Clínica, se ha eliminado la palabra afecto y el título es contundente La angustia no engaña. No engaña en la medida en que para el discurso psicoanalítico “es un instrumento epistemológico, nos da una certeza más allá de las divinidades de la verdad. La angustia es un afecto que nos abre las puertas de la dimensión de lo real”[2]
Seguir la pista de la angustia supone no malbaratarla etiquetándola de ansiedad, o stress, que nos pone en la dirección del organismo, sino darle el lugar que merece como acontecimiento de cuerpo que implica al sujeto.
Una joven que acude a análisis y cuyo padre ha fallecido hace unos meses, relata cómo viendo entrar a su hermano por la puerta de la casa, creyó que era el padre. Por unos segundos. Se sobrecogió y se echó a llorar. No le había ocurrido antes, fue un instante y le afectó profundamente, las lágrimas son la respuesta del sujeto a ese real de una presencia inquietante sobre el fondo de la ausencia.
A lo largo del Seminario X, Lacan valoriza la certeza de la angustia, la destaca como productiva, ya que produce un objeto que está más acá del deseo. “El objeto ansiógeno no aparece en cualquier lugar sino allí donde normalmente se sustrae, se extrae el objeto a, para permitir la normalidad del campo visual”[3].
Ese objeto emerge como resto de la operación de simbolización, es goce que no puede pasar al significante, que no tiene imagen especular, es por ello real. Y la certeza de la angustia, no precisa de razones, de embrollos de pensamiento para sacudir al $, en el mismo momento en que en el campo del Otro, hay una garantía que falta, A .
Por ello Lacan fue más allá de Freud, y no sólo la angustia es señal, sino que “hace de la angustia el operador de la separación”[4], el efecto del lenguaje sobre el goce, sobre el cuerpo libidinal.
[1] E. Laurent “Inconsistencia imperfecta: políticas de la angustia” V Jornadas de la ELP, La angustia, el afecto que no engaña (Málaga, 12 noviembre 2006)
[2] idem
[3] J.A.Miller La angustia. Introducción al Seminario X de J. Lacan. Gredos. Colección ELP, pág. 111
[4] Idem, p.119
Paloma Larena. Psicoanalista, miembro de la ELP y de la AMP. Directora Comunidad de Aragón de la ELP. Coordinadora del ICF en Zaragoza.