Cita 13

“El camino que parte de la construcción del analista debía culminar en el recuerdo del analizado; ahora bien, no siempre lleva tan lejos. Con harta frecuencia, no consigue llevar al paciente hasta el recuerdo de lo reprimido. En lugar de ello, si el análisis ha sido ejecutado de manera correcta, uno alcanza en él una convicción cierta sobre la verdad de la construcción, que en lo terapéutico rinde lo mismo que un recuerdo recuperado. Bajo qué condiciones acontece esto, y cómo es posible que un sustituto al parecer no integral produzca, no obstante, todo el efecto, he ahí materia de una investigación ulterior. Concluiré esta breve comunicación con algunas puntualizaciones que abren una perspectiva más vasta. En algunos análisis noté en los analizados un fenómeno sorprendente, e incomprensible a primera vista, tras comunicarles yo una construcción a todas luces certera. Les acudían unos vividos recuerdos, calificados de «hipernítidos» por ellos mismos, pero tales que no recordaban el episodio que era el contenido de la construcción, sino detalles próximos a ese contenido; por ejemplo, los rostros —hipermarcados— de las personas allí nombradas, los lugares donde algo semejante habría podido ocurrir o, un paso más allá, los objetos que amoblaban tales lugares, de los cuales, como es natural, la construcción nuestra no habría podido saber nada. Esto acontecía tanto en sueños, inmediatamente después de la comunicación, cuanto en la vigilia, en unos estados parecidos al fantaseo. Nada seguía luego a estos recuerdos; parecía verosímil concebirlos como resultado de un compromiso. La «pulsión emergente» {«Auftrieb»} de lo reprimido, puesta en movimiento al comunicarse la construcción, había querido trasportar hasta la conciencia aquellas sustantivas huellas mnémicas, y una resistencia había conseguido, no por cierto atajar el movimiento, pero sí desplazarlo (descentrarlo) sobre objetos vecinos, circunstanciales.

Habría sido posible llamar «alucinaciones» a estos recuerdos de haberse sumado a su nitidez la creencia en su actualidad. Ahora bien, esta analogía cobró significación cuando llamó mi atención la ocasional ocurrencia de efectivas alucinaciones en otros casos, en modo alguno psicóticos. La ilación de pensamiento prosiguió entonces: Acaso sea un carácter universal de la alucinación, no apreciado lo bastante hasta ahora, que dentro de ella retorne algo vivenciado en la edad temprana y olvidado luego, algo que el niño vio u oyó en la época en que apenas era capaz de lenguaje todavía, y que ahora esfuerza su ascenso a la conciencia, probablemente desfigurado y desplazado por efecto de las fuerzas que contrarían ese retorno. Y si la alucinación es referida de manera más próxima a formas determinadas de psicosis, nuestra ilación de pensamiento puede dar un paso más. Quizá las formaciones delirantes en que con gran regularidad hallamos articuladas estas alucinaciones no sean tan independientes, como de ordinario suponíamos, de la pulsión emergente de lo inconsciente y del retorno de lo reprimido. En el mecanismo de una formación delirante sólo destacamos por lo común dos factores: el extrañamiento respecto de la realidad y de sus motivos, por un lado, y el influjo del cumplimiento de deseo sobre el contenido del delirio, por el otro. Ahora bien, ¿el proceso dinámico no podría ser, en cambio, que la pulsión emergente de lo reprimido aprovechase el extrañamiento respecto de la realidad objetiva para imponer su contenido a la conciencia, en lo cual las resistencias excitadas por este proceso y la tendencia al cumplimiento de deseo compartieran la- responsabilidad por la desfiguración {dislocación} y el desplazamiento {descentramiento} de lo vuelto a recordar? Y, en efecto, es este el consabido mecanismo del sueño, que una antiquísima vislumbre ha equiparado al delirio.

Yo no creo que esta concepción del delirio sea nueva en todas sus partes, pero lo cierto es que destaca un punto de vista que por lo corriente no es situado en el primer plano. Lo esencial en ella es la afirmación de que no sólo hay método en la locura, como ya lo discernió el poeta,»’ sino que esta también contiene un fragmento de verdad histórico-vivencial [historisch]; lo cual nos lleva a suponer que la creencia compulsiva que halla el delirio cobra su fuerza, justamente, de esa fuente infantil. Hoy, para probar esta teoría, apenas dispongo de unas reminiscencias, no de impresiones frescas. Probablemente valga la pena ensayar el estudio de los correspondientes casos patológicos siguiendo las premisas aquí desarrolladas, y encaminar también de acuerdo con ellas su tratamiento. Así se resignaría el vano empeño por convencer al enfermo sobre el desvarío de su delirio, su contradicción con la realidad objetiva, y en cambio se hallaría en el reconocimiento de ese núcleo de verdad un suelo común sobre el cual pudiera desarrollarse el trabajo terapéutico. Este trabajo consistiría en librar el fragmento de verdad histórico-vivencial de sus desfiguraciones y apuntalamientos en el presente real-objetivo, y resituarlo en los lugares del pasado a los que pertenece. En efecto, este traslado de la prehistoria olvidada al presente o n la expectativa del futuro es un suceso regular también en el neurótico. Harto a menudo, cuando un estado de angustia le hace prever que algo terrible sucederá, simplemente está bajo el influjo de un recuerdo reprimido que querría acudir a la conciencia y no puede devenir consciente: el recuerdo de que ocurrió efectivamente algo terrible en aquel tiempo. Opino que tales empeños con psicóticos habrán de enseñarnos mucho de valioso, aunque el éxito terapéutico les sea denegado.

Yo sé que no es encomiable tratar de pasada, como aquí hemos hecho, un tema tan importante. Pero es que me ha seducido una analogía. Las formaciones delirantes de los enfermos me aparecen como unos equivalentes de las construcciones que nosotros edificamos en los tratamientos analíticos, unos intentos de explicar y de restaurar, que, es cierto, bajo las condiciones de la psicosis sólo pueden conducir a que el fragmento de realidad objetiva que uno desmiente en el presente sea sustituido por otro fragmento que, de igual modo, uno había desmentido en la temprana prehistoria. Tarea de una indagación en detalle será poner en descubierto los vínculos íntimos entre el material de la desmentida presente y la represión de aquel tiempo. Así como nuestra construcción produce su efecto por restituir un fragmento de biografía {Lebengeschichte, «historia objetiva de vida»} del pasado, así también el delirio debe su fuerza de convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de la realidad rechazada. De tal suerte, también al delirio se aplicará el aserto que yo hace tiempo he declarado exclusivamente para la histeria, a saber, que el enfermo padece por sus reminiscencias. Tampoco en aquella época esa breve fórmula pretendía poner en tela de juicio la complicada causación de la enfermedad, ni excluir el efecto de tantísimos otros factores. Si uno toma a la humanidad como un todo y la pone en lugar del individuo humano aislado, halla que también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica lógica y que contradicen la realidad efectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas”

Freud, S. (1940 [1938])Construcciones en el análisis. En Amorrortu, Buenos Aires, 1992 . Tomo XXIII. P 267-270.

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